WASHINGTON — Cuando empecé a trabajar como enviado especial del Departamento de Estado para el cierre de las instalaciones de detención en la Bahía de Guantánamo, mucha gente me advirtió que progresar en ese tema era imposible. Estaban equivocados.
Durante los dos años anteriores a mi gestión, que comenzó el 1º de julio de 2013, solamente cuatro personas fueron transferidas fuera de Guantánamo. En los últimos 18 meses hemos sacado a 39, y hay más transferencias por cumplirse. La población de Guantánamo – 127 – está en su nivel más bajo desde que abrieron esas instalaciones en enero de 2002. También hemos trabajado con el Congreso para eliminar obstáculos innecesarios a las transferencias al extranjero. Empezamos un proceso administrativo para revisar la condición de los detenidos aún no aprobados para la transferencia ni acusados formalmente de ningún delito.
Ha habido altos y bajos, pero hemos progresado mucho. El camino hacia el cierre de Guantánamo durante el gobierno de Obama está claro, pero para terminar la tarea la acción tendrá que ser intensa y sostenida. El gobierno tiene que continuar y acelerar la transferencia de aquellos aprobados para su liberación. La revisión administrativa de los que aún no están aprobados para la transferencia tiene que ser expedita. A medida que disminuya la población y se convierta en un pequeño nódulo de detenidos que no pueden ser transportados de forma segura al extranjero, forzosamente ha de cambiar la prohibición absoluta e irracional de transferencias a los Estados Unidos por ningún propósito, entre ellos el encarcelamiento y enjuiciamiento. (Diez detenidos, por ejemplo, enfrentan cargos ante las comisiones militares que estableció el Congreso como alternativa a los tribunales normales).
Las razones para cerrar Guantánamo son más relevantes que nunca. Como me dijo una vez un oficial de seguridad de uno de nuestros aliados más cercanos (no europeo) contra el terrorismo, “la medida más importante que pueden tomar los Estados Unidos contra el terrorismo es cerrar Guantánamo.” Yo he vivido en carne propia la forma en que Guantánamo desgasta y daña las relaciones de seguridad tan sumamente importantes que tenemos con países de todo el mundo. El año pasado el costo desorbitado por preso fue de 3 millones de dólares. En comparación, las cárceles “supermax” en Estados Unidos costaron U$75.000 por preso: es un robo de recursos esenciales.
Los estadounidenses de todas las tendencias políticas están de acuerdo con cerrar Guantánamo. El ex Presidente George W. Bush lo llamó “un instrumento de propaganda para nuestros enemigos y una distracción para los amigos.” Kennel L. Wainstain, asesor en seguridad nacional del Sr. Bush, dijo que mantener abiertas esas instalaciones no es “sostenible.”
En el correr del año y medio que trabajé en el Departamento de Estado, a veces me sentía frustrado por la oposición en el Congreso y en otros rincones de Washington al cierre de las instalaciones. La misma refleja tres falsas percepciones fundamentales que han dificultado el proceso.
Primero: no todos los individuos en Guantánamo siguen siendo peligrosos. De los 127 encarcelados allá (en su ápice eran casi 800), 59 han sido “aprobados para su transferencia”. Esto significa que seis instituciones, a saber: los departamentos de Defensa, Seguridad Nacional, Justicia y Estado, así como los Jefes del Estado Mayor Conjunto y el director nacional de inteligencia, han aprobado unánimemente a la persona para su liberación en base a todo lo que se conoce de ese individuo y del riesgo que representa. En la mayoría de los casos aprobados, esta rigurosa decisión fue tomada hace media década. Casi el 90% de los aprobados provienen de Yemen, donde es frágil la situación de seguridad. No son “lo peor de lo peor”, sino más bien las personas con la peor de las suertes. (Recientemente reasentamos a varios yemeníes en otros países, primera vez que ningún yemení había sido transferido de Guantánamo desde hacía más de cuatro años).
Segundo: los que se oponen al cierre de Guantánamo – entre ellos el ex Vicepresidente Dick Cheney – hablan de un 30% de reincidencia entre los ex detenidos. Esta afirmación está profundamente equivocada. Lo que hace es combinar a los “confirmados” de haber participado en actividades hostiles con los “sospechosos” de haberlo hecho. Si nos fijamos apenas en los “confirmados”, el porcentaje baja a casi la mitad. Además, muchos “confirmados” han sido muertos o se los ha vuelto a capturar.
Y lo más importante es que existe una enorme diferencia entre los transferidos antes de 2009, cuando el Presidente Obama ordenó el proceso de revisión intensiva por las seis instituciones, y los transferidos después de esa revisión. Entre los detenidos transferidos durante este gobierno, más del 90% no son sospechosos, ni mucho menos se ha confirmado que hayan cometido ninguna actividad hostil después de su liberación. El porcentaje de detenidos transferidos después de la revisión de la era de Obama, y que luego se supo que habían participado en actividades terroristas o de insurgencia es del 6,8%. Mientras nos gustaría que ese número fuera cero, ese pequeño porcentaje no justifica encarcelar perpetuamente a la abrumante mayoría de los detenidos que no participan después en actos ilícitos.
Tercero: una percepción común es que no podemos encontrar países dispuestos a aceptar a los detenidos de Guantánamo. Una de las sorpresas más gratas de mi tiempo en el cargo fue saber que no es este el caso. Muchos países, desde Eslovaquia y Georgia hasta el Uruguay, han estado dispuestos a proveerles un hogar a los individuos que no pueden volver a sus propios países. El apoyo de la Organización de Estados Americanos, del Vaticano y de otras organizaciones religiosas y de derechos humanos también ha sido de mucha ayuda.
No cuestiono los motivos de aquellos que se oponen al empeño por cerrar Guantánamo. A algunos los limita una sobreabundancia de cautela y no se fían de las extensas revisiones de seguridad que se han venido haciendo. A otros los restringe una visión anticuada del riesgo representado por muchos de los que aún se encuentran detenidos. Un tercer grupo no reconoce la enorme mancha que representan esos detenidos para nuestra posición en el mundo, que es más peligrosa que cualquier individuo aprobado para salir. Esas inquietudes, por bien intencionadas que sean, se desploman a la luz de un examen minucioso de los hechos.
El camino hacia el cierre de Guantánamo está claro y bien iluminado. Hoy nos aproximamos al decimotercer aniversario de la apertura de las instalaciones de detención de Guantánamo. Encarcelar a los hombres sin cargo alguno durante tanto tiempo – entre ellos hombres aprobados para salir desde hace casi la mitad del tiempo que llevan encarcelados – no está acorde con el país que aspiramos a ser.
*Cliff Sloan, abogado, fue enviado especial del Departamento de Estado para el cierre de Guantánamo hasta el 31 de diciembre.